I
EL DIA MENOS ESPERADO
La mañana invitaba a la aventura. Una aventura de magia y sangre. Una que dos mundos recordarían, incluso cientos de años después de caer la gran torre de la isla flotante de Imperia.
—
En la última casa del vecindario de Mirador del Valle, Liam se alistaba para iniciar el viaje que había sido planificado desde su nacimiento. Se ató los cordones de sus botas negras, tomó su viejo abrigo de cuero y bajó las escaleras. La madera de todos los peldaños rechinó bajo sus pies mientras descendía hacia la sala, donde Cheryl, su amiga de la infancia, intentaba acomodar dentro de una mochila de viaje, varias piezas de ropa que se encontraban desperdigadas por todo el lugar. Su padre, Leo, la miraba sentado sobre el apoyabrazos de un gran sillón de diseño anticuado.
—Se puede saber ¿Qué rayos le pasó a mi equipaje? —preguntó Liam, con la frase “esto no puede ser posible” estampada en su mirada.
—Quería meter ropa suya en tu mochila y puff, estalló —respondió Leo con una risa burlona.
—¡Leo! —gritó la chica frustrada—. ¿Qué tal si me ayudas?
—Tu desastre, tu problema —dijo Leo y soltó una carcajada.
—¿Por qué llamas a tu papá Leo?
—¿De verdad quieres que la gente de Eiralis sepa que ese ser es mi papá? —respondió Cheryl, sarcástica, mientras recogía una camiseta.
Leo era un hombre alto, fornido y de barba recortada, de no muy buenos modales y despreocupado hasta que las cosas debían tomarse en serio. Si no fuera por él, los chicos hubieran crecido sin saber de la existencia de ese otro mundo, de los guardianes y de la magia.
El hombre miró a su hija irritada, se levantó y alzó su mano en dirección a la ropa.
—¡Plicoria máxima! —exclamó con voz solemne.
En seguida, la camiseta se zafó de las manos de Cheryl y se elevó, junto con toda la ropa que se encontraba desperdigada en la sala. Cada pieza empezó a doblarse en el aire a toda velocidad, hasta que quedaron solo pequeños cubos de tela que se juntaron para luego abalanzarse dentro de la mochila.
—Niños, es hora de irnos. ¡Salgan ya! —ordenó en tono firme.
—¿Y ahora qué bicho te picó? —dijo Cheryl, sorprendida, ya que muy pocas veces había visto serio a su padre.
Leo se dio la vuelta y sin previo aviso, hizo un sonido de pedo con la mano y la axila antes de salir por la puerta con una risa sonora.
—¿Ves? Te lo dije. No quiero que nadie sepa que esa cosa es mi familiar.
—Concuerdo —respondió Liam con cierta indiferencia, luego cerró su mochila encantada y caminó hacia la cocina. El lugar era un verdadero desastre.
—Mi mamá cree que soy una especie de planta —Liam abrió la nevera y se quejó en voz baja
—¿De qué hablas? —preguntó Cheryl mientras se acercaba
—Cree que puedo vivir con solo un poco de sol, agua y una manzana —respondió Liam. Su mirada apagada.
—Da gracias que al menos te dejó algo —dijo Cheryl resignada.
—Lo dices porque tu papá te alimenta como si te fueran a comer para año nuevo.
—Créeme, no querrías tener un papá que te consienta tanto como…
Cheryl se detuvo al darse cuenta de su error.
—Lo siento —dijo Cheryl, en voz baja.
—No te preocupes, vámonos ya —respondió Liam, encogiéndose de hombros en un intento inútil por restarle importancia al comentario.
—Deberías limpiar tu casa, está hecha un desastre —dijo Cheryl, arrugando la nariz y los dos salieron.
La mañana estaba fresca. Liam cerró la puerta y caminó por el sendero de piedra hasta el jeep 4×4 que Leo había estacionado frente a la casa. Abrió la puerta del copiloto y saltó al asiento para no ensuciar sus pantalones del polvo que cubría al vehículo. Lo recibió el olor a cuero viejo y gasolina que impregnaba el interior y se aferraba a sus fosas nasales con persistencia. Así que pidió con amabilidad bajar las ventanas, para que la brisa fresca y el olor a pino entraran.
Liam se recostó en el asiento y fijó su mirada en los árboles que rodeaban su casa. Cheryl, desde el asiento trasero, comenzó a hablar sin parar y Liam fingía no escucharla. Ambos compartían el mismo secreto, eran hijos de personas pertenecientes a una antigua orden de guardianes, encargados de proteger la paz en dos mundos, y aunque a veces resultaba molesta, los dos sabían que podían contar el uno con el otro y superar lo que fuera que les esperará más allá en las montañas.
Liam sintió un nudo en el estómago cuando el motor del Jeep rugió al encenderse. Era claro que este día marcaría un antes y un después en sus vidas.
Los caminos se volvían cada vez más empinados a medida que avanzaban, serpenteaban como si buscaran perderlos en lo profundo de las montañas. Se encontraban ya a tal altura, que desde su asiento, Liam podía ver su casa, pequeña, en la distancia. Más adelante, el colegio del distrito parecía una maqueta y al fondo, los rascacielos de la ciudad se elevaban con grandeza, como gigantes ocultos por una densa capa de humo y niebla. El aire fresco de la montaña se colaba por las ventanas. Liam, a pesar de llevar abrigo, sentía el frío erizar su piel. Cheryl lo miró con una ceja levantada, divertida, pensando que exageraba. Pero al cabo de un rato, el mismo viento gélido la alcanzó y comenzó a temblar. Era un frío que enrojecía las mejillas y hacía que las manos buscaran refugio en las axilas.
—Solo a ti se te ocurre traer ropa de verano a las montañas —comentó Liam, sonriendo mientras ajustaba su abrigo.
—Traje ropa de verano porque es verano —replicó Cheryl, encogiéndose de hombros mientras se abrigaba con una chamarra extra que había traído Liam—. Además, el año pasado subimos por estas fechas y no hacía tanto frío.
El camino se estrechaba con cada curva. Los árboles a ambos lados, parecían inclinarse hacia el auto como si intentaran cerrar el paso. Liam sacaba la mano por la ventana para sentir la brisa y de vez en cuando, también asomaba la cabeza e imaginaba si así sería volar. Cheryl lo miró, divertida y sin hacer ruido, sacó su cámara de un bolsillo de su mochila para capturar el momento. La sonrisa despreocupada de Liam le enternecía y cuando estaba satisfecha con la toma, guardaba la cámara y se ponía los audífonos para escuchar su música favorita. Luego imitaba a Liam y sacaba la cabeza por la ventana, cerraba los ojos y con una gran sonrisa dejaba que la brisa de las montañas le helara el rostro.
Leo conducía en silencio, concentrado en la carretera. El trabajo en el portal se hacía cada vez más demandante y estos momentos de calma eran un respiro necesario. El auto se mecía ligeramente con el terreno irregular y al cabo de un rato, el suave traqueteo acabó por adormecer a Liam. El sol despejó la neblina y de repente, el joven sintió que el auto se detenía. Abrió los ojos, aún somnoliento y vio a Leo mirándolo desde el asiento delantero.
—Ya llevamos una hora de camino —dijo Leo—. Cheryl necesita ir al baño. ¿Quieres aprovechar?
Liam asintió, todavía un poco aturdido por el sueño. Se desperezó y siguió a su amiga hacia el borde del camino. El suelo estaba cubierto de hojas secas que crujían bajo sus pies y el aire estaba lleno de olor a pino y tierra húmeda.
—¿Qué te pasa? ¡Hay como diez millones de matorrales y a ti se te ocurre hacer pipí en el mismo lugar que yo! —protestó Cheryl, frunciendo el ceño mientras se giraba.
—Lo siento —murmuró Liam, frotándose los ojos—. Estoy todavía medio dormido.
Sin añadir más, se apartó un poco y se ocultó tras la puerta del auto para orinar. Cheryl hacia lo propio con una mezcla de incredulidad y fastidio y Leo, se desternillaba de risa al ver la escena. Sabía que los chicos discutían por cualquier cosa, pero también era consciente de que su vínculo era fuerte. Recordó una vez cuando Liam la defendió de un niño que la llamó “gorda”, solo para terminar peleándose con ella porque al final dijo “solo yo puedo decirle así”. Leo volvió a sonreír con cierta nostalgia, ahora, al verlos, se dio cuenta de lo rápido que habían crecido y de las responsabilidades que iban a tener a sus espaldas. Estaban a punto de continuar con el legado de su orden y convertirse en guardianes, como lo fueron sus padres, sus abuelos y los abuelos de sus abuelos.
Una vez que terminaron los chicos regresaron al auto. Cheryl, siempre curiosa, sacó su cámara de la mochila nuevamente para capturar tantas fotos del viaje como pudiera. El paisaje a su alrededor se llenó de secuoyas que parecían tocar un cielo de azul profundo que se extendía sin nubes y cascadas que terminaban en lagunas cristalinas.
—Leo —preguntó Cheryl mientras ajustaba el enfoque de su cámara—, cuéntame otra vez cómo fue la primera vez que cruzaste el portal.
—¿Otra vez? —se quejó Liam, aunque su tono era más de resignación que de verdadera molestia.
—Fue cuando tenía ocho años —empezó Leo, sin dejar de conducir—. En esos tiempos, no estaba prohibido entrar antes de la prueba inicial…
La conversación fluyó hasta que llegaron a un mirador. Leo decidió que era un buen momento para detenerse a almorzar. Liam subió al techo del jeep seguido por Cheryl, que tenía sus binoculares listos. Desde allí, pudieron ver la provincia a la sombra de las cordilleras que se extendían hasta donde alcanzaba la vista y más allá, el océano que brillaba bajo la luz intensa del mediodía.
Cheryl empezó a tomar fotografías de todo: a Leo revisando una llanta que pensó se había ponchado, a Liam acostado sobre el techo del jeep, a un riachuelo cercano en su murmullo eterno o la copa de frondosos árboles desde la que se filtraban, como espadas, la luz del sol. Quería capturar cada detalle para llevarse un pedazo de ese día con ella y guardarlo toda la vida.
—Liam, ven —llamó Cheryl, agitando la cámara—, no nos hemos tomado una foto juntos.
—No quiero —respondió Liam detrás del brazo que protegía su rostro del sol.
—No seas aguafiestas. Este es el momento más importante de nuestras vidas —insistió Cheryl.
—El más importante de tu vida será —dijo Liam con tono frío—. yo hubiera preferido quedarme en casa jugando playstation y durmiendo todo el día.
—¡Eres insufrible! Tu mamá nos dio órdenes claras de que te lleváramos, aunque fuera a rastras.
—Las órdenes se las dio a tu papá, no a ti. —dijo Liam, incorporándose hasta quedar sentado sobre el techo del auto con las piernas cruzadas—. No sé qué le ven de bueno a ese lugar.
Cheryl lo miró incrédula, su tono de voz subió de nuevo.
—¿Qué qué le ven de bueno? ¿Es en serio, Liam Luna? ¡Es en serio!
—No hay televisión, la gente nos odia y no están mis amigos —respondió en seguida Liam.
—Está bien… no te tomes ninguna foto conmigo… —dijo finalmente Cheryl, cabizbaja—. Te comportas como un niño.
—Será porque lo soy ¿no? —murmuró Liam en voz baja, casi inaudible y el silencio se apoderó por unos segundos de toda la montaña.
—Les prometí a los chicos que iríamos este verano a la playa —añadió Liam, con un tono melancólico y apagado.
—¿Por qué hiciste eso? —Le preguntó Cheryl ya más calmada—. Sabías que hoy era el día de nuestro viaje.
—No lo sé… Creo que me dejé llevar —admitió Liam con un suspiro. Luego se bajó del techo del auto, le quitó a Cheryl la cámara de las manos y dijo—: Sonríe.
Se tomaron una “selfie” mejilla con mejilla, mirando a cámara con una amplia sonrisa fingida. Una imágen que recordarían para siempre.
Después de almorzar volvieron al auto para recorrer el tramo final del inicio de su viaje.
Avanzaron hasta que ya no hubo carretera. Leo apagó el motor, hizo crujir sus dedos y dio un aplauso. Luego miró hacia atrás con una gran sonrisa dentada y dijo:
—Llegamos niños
Más adelante, oculta por varios árboles centenarios de grandes troncos, los chicos vieron una modesta cabaña de madera oscura y un hombre parado frente a ellos con los brazos abiertos en señal de bienvenida.
—Soy Parita —dijo el hombre—. Guardián de la puerta de las montañas. Bienvenidos.
En seguida Parita los hizo pasar, el corazón de los chicos latía con fuerza, miraban a su alrededor en busca de cualquier indicio de magia o elemento sobrenatural, pero la cabaña era como cualquier otra, un espacio ni tan grande, ni tan pequeño que no destacaba de manera especial. En la sala de estar, había un sofá de cuero cuyos mullidos cojines parecían invitar a sentarse. A un lado, una pequeña oficina con una vieja computadora sobre un discreto escritorio de madera recostado junto a la pared y al fondo una cocina equipada con lo esencial, se abría hacia varias puertas que conducían a los cuartos y al patio trasero.